Siempre he pensado que el mejor regalo del mundo es el tiempo. Tanto para regalarte a ti como para cedérselo a otro. “Perder” algunos minutos del día en dedicárselo a otros es sin duda uno de los mayores placeres de la vida.
De hecho, valoro tanto el tiempo que me he acostumbrado a pensar que nunca habrá un 28 de octubre a las 12:32pm, -que es cuanto estoy publicando esto-, así que piénsalo, ¿lo aprovechaste? ¿Sacaste partido a ese minuto? ¿No? Pues… Sayonara baby! Se fue y no volverá jamás…
En este mundo de falsificaciones y pirateo, ya podrían inventar algo para aumentarlos minutos de mi día. “¿Me pone unas cuantas horas más de día por favor? Si, para llevar”.
Y esto de valorar tanto el tiempo también es un problema, a menudo me paro a pensar si lo que estoy haciendo es importante, si merece la pena, o si de lo contrario estoy perdiendo más el tiempo que el dinero. Por que pensándolo así, me sobran minutos en las películas, me sobras tu, me sobra el azúcar en el café, me sobran promesas, platos del menú, zapatos en mi armario… Y más ahora con el invierno a la vuelta de la esquina y la nieve susurrándome “¿Qué hay de nuevo, viejo?”.
¿Cuántas To do list te haces a la semana? Yo miles, no sé si tengo que ir a terapia por eso pero cada vez que tacho una de esas cosas me siento una asesina a sueldo.
Y es que la vida pasa tan rápido, el mundo se mueve tan de prisa, que hay cosas que no me dan tiempo a pensar. Y eso que mis 13 paradas en metro diarias me hacen darle bastante al coco… Pero no, como una enana encaprichada por el chocolate “quero más”.
Y es que mientras escribo esto suena de fondo “que bonita la vida” y que no puede pegarle más a este post mañanero. Por que sí, “que bonita la vida, que no te la quite nadie… y tómatela menos en serio“.